2011-04-27

Corazón de Piedra

DAS KALTE HERZ
Director: Paul Verhoeven. Con Lutz Moik, Hanna Rucker,Paul Bildt, Walter Tarrach. República Democrática de Alemania, 1950

Todos los dioses nacen, viven y mueren; es cosa sabida de la que tenemos testimonio por doquier. Don Enrique Heine, aquel genio teutón tan poco apreciado por los amigos del canciller Adolfo, ya nos contó de la decadencia de Zeus y compañía, exiliados en el siglo XIX entre montañas, viviendo entregados a las tareas más humildes. Lo confirmó más tarde Jean Ray, el papá de Harry Dickson, cuando quiso verlos, medio lelos ya, habitando un decrépito caserón en Bélgica.
De los manes, los lares y otros espíritus precristianos, y hasta prelatinos, no volvimos a saber hasta el romanticismo alemán, que los rescató abundantes al reivindicar la belleza de los arcaicos cuentos, donde después de la victoria del Crucificado encontraron remedio contra el olvido. Entre otros, en los relatos de don Guillermo Hauff, uno de los cuales sirve de inspiración a esta cinta sencilla y prodigiosa de la que hoy les traigo noticia.
La dirigió Paul Verhoeven, cineasta que nada tiene que ver con su homónimo posterior, responsable de filmes modernos como Robocop o Desafío Total. Y lo hizo en 1950, cinco años después de la catástrofe, cuando la mitad de Alemania había pasado sin transición de un totalitarismo a otro. Al parecer el mundo del cuento y el folklore quedaron, por esta vez, fuera del ánimo propagandístico que caracteriza gran parte del cine de las tiranías. Y el resultado, claro, no pudo ser mejor.
Cuenta, como al calor de la lumbre, la historia de un infeliz que para salir de pobre recurre a la ayuda de los númenes tutelares del bosque, uno bueno, el enano Vidrierillo, y otro demoníaco, el pavoroso gigante Holandés. Verhoeven plasma fotograma a fotograma la magia que el relato precisa, inmersión en el mundo de lo irracional representado por la espesura salvaje, los animales que la pueblan, sus ajenas luces y formas, por pasiones que nos son desconocidas.
No desea, como hubiese hecho el cine americano, infantilizar el cuento ni en fondo ni en forma; por eso maneja sabio y preciso escenarios y decorados, alejados del exceso cromático y de cualquier asomo de blandenguería. Es decir, capta cuanto de mágico y hasta religioso -y por ende, trascendente- yace bajo estas narraciones que hoy se quieren patrimonio exclusivo de la infancia.

Un ritmo contenido; atención al detalle, que es lo que cuenta; fotografía en Agfacolor tendente a convertir en irreal lo real; decorados expresionistas; potenciación del folklore colectivo (nimia concesión al medio comunista en que se rueda); ajustados efectos especiales y sobre todo, un sentido estético de la maravilla que no necesita de alharacas. Cualidad tan rara de encontrar que hace de este Corazón de piedra filme obligado, cuanto más para quienes sean seguidores fervientes de eso que algunos dan en llamar, algo peyorativamente, fantasía blanca, y que yo prefiero denominar Poesía Pura. O miedo arcaico, que al fin y al cabo, las raíces de ambos son las mismas...

2011-04-22

In venere semper dulcis est dementia

Mandan estas fechas de recogimiento que les traiga su Abuelito lecturas edificantes, añejas como esta de hoy, novelita pía llena de amor, de dios y del otro. Se publicó en los años veinte, hace casi una centuria, en la sicalíptica colección La Novela Pasional. Eran los tiempos de la dictablanda del General Primo de Rivera; unas cuantas páginas les muestro, ilustradas por alguien con el seudónimo de Eros y redactadas ejemplarmente por un dudoso Abate de Voijenon.





Es texto divertidísimo en torno al Mal de Vapores que sufre una joven duquesa casada con un hombre mucho mayor que ella, y de las devociones y ejercicios que de la mano del apuesto Henri Roch conducirán finalmente a su curación. Una práctica de sexo sacro que el mismísimo San Aleister Crowley no hubise desdeñado en absoluto.

Una prosa deliciosa, llena de fino humor, va describiendo el camino espiritual. Oraciones, disciplinas, éxtasis, gusto por el ritual y el subterfugio: temas muy propios de la religión cristiana, según todos hemos aprendido.





Y finalmente, la curación. Más laica que otra cosa, es verdad, pero curación al cabo. Y como tal, algo milagrosa, como tantas otras que públicamente con tanta entrega se celebran...

2011-04-15

Recortando cadáveres

LOS DESASTRES DE LA GUERRA


----------------------------------- Pocos juguetes como el recortable, humilde y antiguo, expresan con tan meridiana claridad los roles que por sexos nos han sido asignados desde el nacimiento. Armas y trapitos son sus dos opciones, cargadas ambas de narcisismo y mala voluntad; toca hoy una muestra, de mediados de los cincuenta, referente a las primeras. Gusta normalmete este modesto pasatiempo de presentar los ejércitos en perfecta formación, pulcros y ordenados, épicos como mandan los cánones. Mas en esta ocasión parece que el dibujante (un voluntarioso y esporádico ilustrador de historietas llamado Celma) ha querido dejar claro que esto de la guerra, como dijo don Francisco de Goya, es un desastre: muertos habrá por todas partes, abundantes y repartidos. Raro es ver plasmada para la infancia tal exhibición de realismo: agonizantes, heridos, todos estos ejércitos de papel cuentan con sus víctimas. Compruébenlo ustedes mismos. Belgas, alemanes, moros y regulares, japoneses y alemanes van cayendo; así hasta llegar a la más extraña lámina, apoteosis de la catástrofe bélica: Derrotados, se titula, insólita; sinceridad desgarradora emana de su ingenuo trazo, expresivo como pocos. Una lección de realismo sucio frente a tanta visión idealizada y perversa. Muy de agradecer, desde luego...

2011-04-13

Tarzán entre los indios shoshones - 2

HAWK OF THE WILDERNESS
Directores: William Witney y John English. Serial en doce episodios con Herman Brix, Mala, Harley Wood, Monte Blue. USA, 1938
Persecuciones, brincos, golpes y carreras. La esencia del serial, de hecho su única alma, es la acción. Desconoce el género cualquier tipo de reflexión, abomina del tiempo muerto, desecha el más mínimo asomo de cotidianeidad o realismo: en este mundo en blanco y negro todo debe ser extraordinario, sensacional en el más estricto sentido de la palabra: puro cine de la emoción. Primaria, tosca, elemental, la que se produce al ver castigado al Mal, a bofetones además, en identificación con un Bien musculoso y siempre triunfante. Reconfortante mecanismo de necesaria alienación, simple y sincera.
No es extraño pues que el libro Hawk of the Wilderness no tardase en ser llevado a la pantalla, y en forma de serial como corresponde a su naturaleza intrínsecamente pulp. Acción a raudales, triunfo del individuo sobre la colectividad, de la nobleza sobre la mezquindad... y encima ambientada entre nativos americanos, mucho más cercanos en el imaginario del espectador que las tribus de negros pintarrajeados que pueblan el universo tarzánido. Elementos suficientes para cautivar a los productores más avispados, que adivinan tras ellos buena fortuna a ganar, y no se equivocan.
Se encargaron de llevar a Kioga al celuloide los reputados especialistas William Witney y John English, dos sabios del medio responsables de algunos de sus mejores títulos, de Nyoka o Fu Manchú al Capitán Marvel pasando por las tortuosas andanzas del Doctor Satán, viejos conocidos de esta casa de quienes ya loé en otras ocasiones sus virtudes. Garantía son sus nombres de no aburrir al espectador, cosa nada fácil en un mundo tan simplón, codificado y esterotipado.

El filme adapta a su modo el texto literario, fundiendo varios elementos de los relatos originales, obviando la netamente tarzanesca infancia del héroe, simplificando (aún más) las tramas de los mismos. Mas es espectacular, está rodado en escenarios naturales que le aportan una variedad visual rara en un género que gusta de moverse entre apenas dos platós, y lo interpreta además don Herman Brix, aquel atleta teutón reconvertido en héroe de la chiquillada que prestase poco antes su perfecto tipo ario al Señor de la Jungla en la ya comentada The new adventures of Tarzan. Le acompaña el señor Mala, un actor de Alaska especializado en papeles de esquimal o hawaiano cuya máxima ilusión era transformarse en tarzánido (lo que casi consigue con Robinson Crusoe of Clipper Island), pese a su físico bajito y algo escuchimizado. Sueño bizarro que cuenta con todas las simpatías de quien les habla.

Kioga saltando de árbol en árbol, Kioga zurrando como se merece al malvado brujo Comadreja Amarilla, Kioga conquistando el corazón de la hermosa muchacha blanca, Kioga enfrentando fieras y hordas de salvajes, Kioga derrotando maleantes, Kioga rescatando entre erupciones volcánicas a sus hermanos de raza y civilización. Nada nuevo -lo que por otra parte entraría en contradicción con la esencia de un cine eminentemente conservador- ni falta que hace, pues da al espectador justo lo que quiere: iteración y reconocimiento. Excelentemente servidos, eso sí, pese a lo machacón de algunos capítulos...


Mínimo inconveniente para quien quiera dejarse acunar por las emociones primarias que este Halcón Blanco sabe despertar de forma tan eficaz.